Gallinas: Antes era un hombre. Ahora soy un propietario.

«Gallinas» es un relato breve pero profundamente revelador del escritor español-paraguayo Rafael Barrett, un autor que ha dejado una huella significativa en la literatura hispanoamericana.

Este relato, como muchos otros de Barrett, se caracteriza por una crítica social incisiva y una capacidad de observación que convierte lo cotidiano en una ventana a las desigualdades y contradicciones de la sociedad.

Barrett, conocido como un «obrero de la pluma», aborda temas de injusticia y opresión con un estilo sencillo, directo y, al mismo tiempo, lleno de una ironía mordaz.

El autor utilizaa una situación aparentemente común para reflexionar sobre la naturaleza humana y la relación de las personas con el poder y la sumisión. La narración, que comienza con una observación aparentemente inofensiva de un grupo de gallinas, se convierte en una analogía que invita a cuestionar los sistemas de opresión y la pasividad de quienes los padecen. Esta capacidad de convertir una anécdota simple en una reflexión profunda sobre la humanidad ha sido una de las razones por las que autores como Borges, Benedetti o Galeano han admirado a Barrett, considerándolo un precursor en la denuncia de las injusticias sociales en América Latina.

A lo largo del relato, Barrett no solo describe a las gallinas, sino que, de manera simbólica, crea un reflejo de la sociedad, exponiendo cómo la costumbre y la resignación nos pueden hacer cómplices de nuestras propias cadenas. «Gallinas» es, en última instancia, una invitación a observar con detenimiento la realidad que nos rodea y a no aceptar la injusticia como parte natural del orden social.

Gallinas – Rafel Barrett

Mientras no poseía más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada. La propiedad me ha hecho cruel.

Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia.

Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito.

El mundo se llenó para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas al intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en la casa del vecino.

Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté a uno.

El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista.

Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.

¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí.

Antes era un hombre. Ahora soy un propietario.

📰»Gallinas», de Rafael Barrett, 1910

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